Este 2 de junio, México eligió a Claudia Sheinbaum Pardo como la primera presidenta en su historia. La candidata de la Cuarta Transformación (4T) logró el 58.3%-60.7% de los votos, mientras que la candidata Xóchitl Gálvez Ruiz (Fuerza y Corazón por México) se llevó el 26.6%-28.6% del electorado y Jorge Álvarez Máynez (Movimiento Ciudadano) el 9.9%-10.8%, de acuerdo con el conteo rápido del Instituto Nacional Electoral (INE).
¿Pero se saldó la deuda histórica? Spoiler alert: aún no.
Si bien Sheinbaum, su equipo y sus militantes han destacado que su llegada al Poder Ejecutivo es un logro histórico de la lucha por los derechos político-electorales de las mujeres en México y Latinoamérica, iniciamos este sexenio con mucha incertidumbre.
Aunque en su cierre de campaña aseguró que “las mujeres no estamos solas”, su evasión constante para hablar sobre aborto o sobre la impunidad en los casos de feminicidio, el exageradísimo despliegue de policías en las movilizaciones feministas y trans durante su gestión como Jefa de Gobierno, su interés en la consolidación de la Guardia Nacional (que en múltiples ocasiones se ha problematizado por su enfoque militarista) y su cercanía con personas transfóbicas como Renata Turrent [1] nos dan TODO el derecho a sentir desconfianza de sus palabras. ¿Saldamos una deuda histórica? Podremos responder hasta que de verdad dejemos de sentirnos solas; hasta que México pase de tener a la primera presidenta a la primera presidenta feminista o, al menos, una verdadera compañera de quienes seguimos exigiendo el derecho a una vida digna.
Los activismos en pro de la participación pública no sólo han abogado por las cuotas en los espacios de toma de decisiones. Durante décadas se ha insistido en la urgencia de que los mecanismos del ejercicio de la política formal tomen distancia de dinámicas patriarcales.